Por: Lisandra Chaveco, consultora de comunicaciones en HI Cuba
Ramón tiene 60 años y desde muy joven le interesa la Agricultura: “Cuando no existían la agricultura urbana ya yo tenía siempre una parcela sembrada porque me gusta cultivar la tierra, ver sus frutos, disfrutarlos después en la mesa”.
A su lado lo escucha Lidia, su esposa, quien asiente con la cabeza aquello que Ramón va contando. Aunque es él quien se encarga del patio, ella da sus opiniones, casi siempre bienvenidas, porque con los años ha aprendido cuándo un cultivo se ve más triste o si otro está “pidiendo” agua.
“Lo más bello que existe en el mundo, -expresa él-, es preguntarnos, qué vamos a comer, y salir para tu patio y coger lechuga, tomate, col, todo bien fresquito y hacer una ensalada. Me encanta ver diferencias en el plato”.
Ramón trabaja en un seminternado en la localidad de Herradura, en el municipio pinareño de Consolación del Sur, el cual se beneficia de sus producciones. “Todos los condimentos que se usan en la cocción de los alimentos de la escuela salen de este lugar. Allí no había condiciones ni disponibilidad de agua, entonces incrementé el huerto aquí en el patio, en el mismo solar.
El resto de aquello que se recolecta es para la comunidad, aunque si hay un pico de cosecha también beneficia a la institución escolar y a todos los que viven por los alrededores.
Siempre saludable
Ramón estudió Agronomía en Cajálbana, municipio de La Palma. Entonces tiene conocimientos muy bien actualizados sobre lo que es la agricultura convencional y la agroecológica.
Sabe sobre los residuos que dejan los químicos en las plantas, los días que necesita para expulsarlos, el daño que hacen al organismo humano y cuánto se puede lograr siempre que se aprovechen los tiempos óptimos de cosecha.
“Hoy la gente fumiga y como no conocen sobre eso, a los tres o cuatro días, recogen el producto. Es verdad que no te envenena porque son milésimas de químicos, pero se te van acumulando en sangre. Con el tiempo aparecen problemas de intoxicación. La planta tiene un ciclo en el que elimina el veneno, pero tiene el campesino que conocer qué residualidad tiene.
¿Ves ese tomate de allí?, -dice mientras apunta a un sembrado enredado en tutores. ¿Ves el tamaño que tiene? Eso no ha visto nunca una fumigación con químicos ni con nada de eso. Hay que buscar la época de cada cultivo porque con muy pocos recursos usted logra cogerlo.
Si en cambio la siembra es fuera de época le vienen las plagas, las enfermedades. Aquí he tenido algunas, pero muy poca cosa. Las controlo con la mano o con productos biológicos que fabrico yo mismo. Uso muchos microorganismos eficientes. Eso sirve para controlar enfermedades y plagas y también como fertilizantes”, comenta con la destreza de quien maneja amplios conocimientos al respecto.
Además, emplea todas las técnicas que puede. Cada una aporta valores a los alimentos que allí cultiva.
“Y mejoro el suelo constantemente. Hay un banco de materia orgánica ahí atrás, al que van a parar todos los desechos de cosecha. Eso se va descomponiendo y luego se usa en los canteros. Cuando pasó el huracán Ian aquí se cayeron o dañaron las matas de aguacate, las de naranja, las de mango y no se botó nada. Lo que no servía para leña se apiló al fondo del patio y se hizo materia orgánica”.
Por si fuera poco, Ramón se ha empeñado en volver “locas” a las plagas: “Cuando usted tiene una diversidad de cultivos, la plaga se disloca y no sabe a dónde se va a acoplar. Entonces, yo lo que hago es sembrar diferentes especies. Cuando se crea un ecosistema normal, las mismas plagas se controlan unas a las otras y no hay necesidad de fumigar”.
En su patio hay un clima especial. Se siente mucha tranquilidad y, además, da gusto ver cada centímetro sembrado. “Todo el año está así, los canteros jamás permanecen vacíos”.
Apoyos, redes, conciencia
“En el trabajo que desarrollamos han sido esenciales las redes que se han establecido con el proyecto Comunidades Inclusivas y Resilientes, con la Asociación Nacional de Agricultores Pequeños (ANAP), la Asociación Cubana de Técnicos Agrícolas y Forestales (ACTAF) y con los otros dueños de patios y parcelas. Cada vez que se intercambia con una persona se adquiere conocimiento, porque eso de que me lo sé todo, no, eso no es verdad”, asegura de forma rotunda.
“Eso sí que es una fortaleza, poder contar con apoyos, mientras uno tiene con quien intercambiar se comparte el conocimiento y a la vez crece. A veces estoy comiendo ya por la noche y viene una gente que necesita ayuda. Entonces dejo el plato para atenderlo porque no me gusta hacer esperar a nadie. Es una forma de replicar la ayuda que recibo”.
La zona en la que reside es muy productiva y cuenta que en muchas ocasiones los campesinos van hasta su casa a pedir opinión sobre conductas a adoptar ante cultivos enfermos o plagas que aparecen de imprevisto.
“Yo les digo: Mira, el médico tiene que ver al paciente. Tengo que ir ahí y verlo. No puedo decirte ahora aquí por lo que tú me estás diciendo si tiene esto o lo otro, porque muchas enfermedades se parecen. Pero ya cuando uno ve el cultivo entonces recomienda aplicar una fórmula u otra”.
Él sabe que cuando echa un semillero tiene que hacerlo bien grande porque tiene que compartir las posturas con muchísimas personas que vienen en busca de ellas, sobre todo, personas que como él se han decidido por la agroecología y los patios y parcelas en Herradura. Pudiera incluso entenderse como un movimiento importante en el lugar.
También van muchos a comprar, porque Ramón debe tener los precios más atractivos de todo ese consejo popular.
Un estilo de vida
No es la agroecología para Ramón un proceso o una forma para cultivar. Asegura que para él es un método de vida. “Es un método y la certeza de que estoy comiendo un alimento que sé no me va a hacer daño, ni a mí ni a la familia, porque de aquí salen las malangas que come mi nieto, los productos que les llevo a mis padres a San Andrés y siempre voy cargado. En el patio se garantiza el consumo de la familia.
“También guardo mi semilla. La puerta del refrigerador es semilla de arriba abajo, en pomitos con el nombre en un papel adentro. Mi papá siempre me decía, campesino que no pierde semilla no es buen campesino. Usted debe tener semilla de sobra. Porque se siembra hoy y mañana puede llover, me ha pasado mil veces. Este año perdí los primeros semilleros de lechuga, dos veces o tres, no nacía la semilla y era por el clima”.
Comenta que depender de semilla comprada o importada hace que pueda llegar fuera de tiempo y se pierda la época óptima para cada cultivo.
A su lado sigue Lidia Martínez Cruz, como hace 39 años. “Él me cuida y yo a él también, siempre estamos aquí juntos y si él sale yo me hago cargo del riego y de atender a las personas que llegan. Igual escardo, recolecto, que es lo que más me gusta a mí”, jaranea la esposa.
Como ambos saben de las ventajas de su patio para la salud y la economía, se han dado a la tarea de ayudar a quienes emprenden con uno similar por primera vez: “Los ayudo, les voy explicando cada técnica, cada práctica; que prosperen a mí me llena de regocijo”, asegura Ramón.
Agradece la ayuda del proyecto y muestra orgulloso sus instrumentos de trabajo. La mayoría de ellos los ha fabricado y modificado él mismo, a partir de sus necesidades.
A sus 60 va y viene a San Andrés en bicicleta. Cuando los tiempos de la COVID-19, en los que estuvo limitado el transporte, lo hacía a pie. Parte de esa fortaleza que tiene se debe a la alimentación completamente sana que mantiene.
Pasó Ramón muchos años de su vida entre cultivos como el tabaco que demandan de un paquete tecnológico que incluye pesticidas e insecticidas. Conoce lo perjudicial que puede ser para la salud el contacto con ellos y entonces se ha propuesto socializar su experiencia y conocimientos.
“Nada como poder hacer una ensalada mixta con todo lo que uno puede tener en un patio; da gusto sentarse a la mesa y ver eso”, reitera.
Sabe y conoce de cada cultivo las épocas de siembra y cosecha; las formas para extraer y conservar las semillas; las estrategias para cruzar las variedades; los usos de los biorreguladores y del compost.
Sabe rotar e intercalar los sembrados, regar las plantas cuando lo necesitan y, sobre todo, las entiende. Han logrado una relación en la que ellas dan lo mejor de sí y Ramón les dedicas sus mañanas, tardes y noches.
Jamás va enojado o gruñón porque lo perciben. Adoptó la Agroecología como un modo de vida armónico y ya no sabe vivir sin ella.