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El oficio de desminar

Una jornada con Jeiny Riaños, la joven que limpia su vereda de las minas que dejó la guerra.

Suena la alarma del teléfono celular. Son las 5:30 de la mañana y el sol apenas se asoma entre las montañas en el campamento La Cordillera, en la vereda Agua Linda, de Vista Hermosa (Meta). Jeiny Riaños mira la hora y sabe que es momento de levantarse. A las 6:30 deberá estar en formación para iniciar su jornada laboral. Esta llanera de 26 años, madre de una niña de 6, sabe bien lo que es limpiar las huellas que nos dejó la guerra.

Colombia es el segundo país del mundo con más minas antipersona, durante años, una de las prácticas más perversas de los grupos al margen de la ley. El departamento del Meta es el que suma más víctimas: 1.136 desde 1990 hasta el 2017. Y Vista Hermosa (en la lista de prioridades del Gobierno para el desminado), el municipio más afectado del país: 363 víctimas entre muertos y heridos, según la Dirección para la Acción Integral contra Minas Antipersonal de la Presidencia de la República.

La falta de empleo y el deseo de ver crecer a su hija Marihana en un territorio libre de minas llevaron a Jeiny a postularse a la vacante de desminadora civil humanitaria de la organización Handicap International Colombia, una de las cinco organizaciones de desminado que trabajan en la zona y que tiene asignado el 73 por ciento del municipio, es decir, unos 2.400 kilómetros cuadrados distribuidos en 16 sectores.

Jeiny fue escogida entre 200 postulantes (de los cuales solo clasificaron 20) y se convirtió, desde hace seis meses, en una de las más de 5.000 personas acreditadas como desminadoras en Colombia. «Cuando me presenté no sabía bien en qué consistía el trabajo, pero después me enamoré; me siento orgullosa de lo que hago», dice.

 
Desde que nació, Jeiny ha vivido en Vista Hermosa, al suroeste del Meta. Cuando era niña, recuerda, quería ser odontóloga, pero la difícil situación económica de la familia se lo impidió. A los 18 años terminó sus estudios secundarios. Aún soñaba con ser odontóloga. No se pudo, pero entonces optó por llevar a cabo cursos como técnica en producción pecuaria en el Sena y estudios de gestión contable y financiera, que no consiguió terminar porque se quedó sin trabajo.

Desde que tiene memoria, Jeiny ha estado sitiada por la guerra. Aún no se explica cómo ella y sus seres queridos salieron ilesos. «En algunos momentos me sentía secuestrada en mi propio pueblo, pero siempre le doy gracias a Dios por proteger a mi familia y haber pasado por tantos momentos difíciles de nuestro departamento sin que nos pasara nada malo», explica.

En los meses que lleva como desminadora, Jeiny no se ha topado con ninguna mina. No importa. Cada día de su trabajo significa unos metros más de país libre. Ella lo hace por su pequeña Marihana. Pero también por sus vecinos, los habitantes de ese pueblo tan golpeado. Para que por fin recuperen su tierra, esa tierra que está ahí para ser cultivada, no para que la siembren de muerte y dolor.
Juan Manuel Vargas
PARA REVISTA CARRUSEL
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